GIIMV
Grupo Internacional e Interdisciplinar
Mujer-Varón Coidentidad Personal

«La imagen y semejanza de Dios en el hombre, creado como varón y mujer
(por la analogía que se presupone entre el Creador y la criatura),
expresa también, por consiguiente, la «unidad de los dos» en la común humanidad.
Esta «unidad de los dos», que es signo de la comunión interpersonal,
indica que en la creación del hombre se da también
una cierta semejanza con la comunión divina («communio»).
Esta semejanza se da como cualidad del ser personal de ambos,
del varón y de la mujer, y al mismo tiempo como una llamada y tarea»
JUAN PABLO II, Carta A. Mulieris dignitatem, 1988, MD, 7.

Hacia una nueva síntesis antropológica 

Somos un grupo internacional e interdisciplinar conformado gradualmente desde 2017 y que desde entonces trabaja regularmente con el principal objetivo de ahondar en el conocimiento de la sexualidad humana, profundizando en las nuevas aportaciones del magisterio, que la ponen en relación con la identidad personal y el don de sí en la comunión de personas. Trabajamos por abrir paso a una nueva síntesis antropológica partiendo de las evidencias científicas, de la descripción fenomenológica de las experiencias humanas universales, de una antropología  de estatuto trascendental y de la llamada teología del cuerpo.

Puntos Neurálgicos para una Ontología de la familia

Siguiendo las orientaciones del magisterio postconciliar, parece necesaria una profundización en los fundamentos antropológicos y teológicos sobre el querer de Dios acerca de la familia –invento divino−, donde comienza y termina la vida, donde se aprende a amar y se enraízan los deseos de felicidad humana: anhelo y nostalgia que anidan en los corazones de todos los seres humanos de la tierra, de cualquier convicción o creencia. De todos es conocida, sin embargo, la falta de reflexión sobre esta realidad, que durante milenios se ha considerado una evidencia, así por ejemplo que para que haya matrimonio haga falta un varón y una mujer.

En la Enc. Caritas in veritate ya se reclamaba un cambio de paradigma antropológico y la necesidad de un desarrollo ontológico de la relacionalidad. Y, en concreto, para pensar la familia se requiere pensar las relaciones triádicas, en la línea de que no sólo cada persona humana sino también la familia son imagen de la Trinidad divina, como señala la Carta Amoris laetitia, n. 11 recordando «las palabras de san Juan Pablo II: “Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo”. La familia no es pues algo ajeno a la misma esencia divina. Este aspecto trinitario de la pareja tiene una nueva representación en la teología paulina cuando el Apóstol la relaciona con el “misterio” de la unión entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5,21-33)».

Esta tarea requiere una profundización sobre puntos neurálgicos, basada en las evidencias científicas, por parte de la filosofía y la teología, ciencias a las que corresponde el cultivo del sentido, del significado y de la explicación de la identidad y el valor de cada vida humana.

Entre esas cuestiones son nucleares:
1. Una ontología peculiar para la antropología
Cuando en la modernidad se produjo el giro antropológico y se exaltó el valor de la libertad, su desarrollo teórico se hizo con los recursos obtenidos de la reflexión metafísica del Cosmos: la noción de substancia, de naturaleza, de causa, etc. La falta de una ampliación de la ontología y de nueva terminología dificultan fundamentar la dignidad humana y explicar en profundidad, ontológicamente, la libertad, la persona, la diferencia sexual, el amor, la familia. Hace falta una ampliación de la metafísica, que distinga entre niveles ontológicos: los creados (el del Cosmos y el antropológico, que es personal) y el divino. En definitiva una metafísica de la relación o una filosofía de la persona de estatuto trascendental.

2. La diferencia varón-mujer, conjugada con la igualdad
Considerada milenariamente como subordinación, no está resuelta en ninguna filosofía: es la espina envenenada que subyace a la “ideología de género”. Como ha señalado el magisterio desde 1976, es importante integrar la diferencia sexual en la reflexión sobre la persona, en cuanto distinta de la naturaleza, pues la sexualidad humana: “determina la identidad propia de la persona” y “esa distinción se ordena no sólo a la generación sino a la comunión de personas”(CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración Inter insigniores, sobre la misión de la mujer en la Iglesia, 15-X-76, BAC Madrid, 1978, n. 5, p. 53).
En teología el magisterio la ha abordado recientemente desde la “imago Dei”, en cuanto imagen trinitaria que incluye, además de la igualdad en dignidad personal y en común naturaleza, la “unidad de los dos” entre personas no sólo varias sino distintas, a imagen de la “unidad de los tres” propia de Dios.

3. La esponsalidad
Analogía bíblica del amor, que no está desarrollada antropológicamente. En el lenguaje habitual se confunde con la conyugalidad, pero tiene una base antropológica. Su estudio es clave para hacer una ontología del amor. Podría plantearse como una relacionalidad ontológica, que estructura a la persona misma y configura dos modos complementarios de dar, de amar, de establecer relaciones. Así lo ve Juan Pablo II (Mulieris Dignitatem, n. 29).
En teología aparece, unida a la filiación, como parte integrante de la imagen de Dios. En eclesiología tiene implicaciones importantes: la Eucaristía es el don del Esposo, la razón más profunda por la que sólo los varones están llamados al sacerdocio ministerial y la clave para desarrollar la específica misión de la mujer en la Iglesia.

4. Ontología de la díada
En la cosmovisión aún vigente la unidad del ser es monolítica, razón por la que parece ininteligible racionalmente la “unidad trinitaria”. Algo parecido ocurre con la “unidad de los dos”, que aparece en la creación del ser humano. Unidad inscrita en la ontología antropológica pues la persona humana tampoco puede ser solitaria sino constitutivamente co-existente no sólo en su relación con Dios, (“No es bueno que el hombre esté solo”, Gén 2,18). Habría que distinguir entre niveles ontológicos: los creados (el del Cosmos y el antropológico, que es personal) y el divino.
Si no se explica esta cuestión junto con la esponsalidad, tampoco se puede profundizar en la antropología del celibato: plantearlo sólo como amistad con Jesucristo es insuficiente. En definitiva habría que desarrollar lo que Polo afirma: «la familia es de orden ontológico, consistente a priori», a diferencia de la sociedad civil que no lo es y se funda en la familia y en la ética (Cfr. POLO, L., ¿Quién es el hombre? Un espíritu en el tiempo, 3ed. Rialp, Madrid, pp. 79, 95-96).

5. Si en Dios está el arquetipo de la esposa y de la madre
Estudiada la díada, el estudio del amor requiere un pensamiento triadico, donal, para explicar el don y el amor, cuyo arquetipo fundamental está en Dios. Planteada y desarrollada la esponsalidad (el modo de amar) como una estructura de la persona y parte de la imagen de Dios, habría que contestar a la pregunta de si en Dios está el arquetipo de la esposa y de la madre, del mismo modo que está el del esposo y el del padre. Aquí aparece la gran incógnita de la teología sobre el Espíritu Santo y la de cómo armonizar las tradiciones de oriente y occidente. Quizá en la eproreuresis esté la clave de la esponsalidad en Dios y en el Filioque la que explique a Dios como Familia. Sería necesario un desarrollo de las relaciones triádicas dentro de la ontología trinitaria y cómo la familia –relación triádica−, es imagen de Dios Trino.
Esa profundización –en la línea de un pensamiento abierto−, podría ayudar a discernir lo fundamental e inamovible dentro de una sociedad globalizada y cambiante. No hay que olvidar que la avalancha de divorcios que ha ido in crescendo en las pasadas décadas se incrementaron notablemente tras la lectura del “Segundo sexo” de Simone de Beauvoir, donde tras denunciar con clarividencia y verdad muchas situaciones de injusticia, destruye los fundamentos de la familia, al no tener armas para resolver los problemas planteados: hay que reconocer que las preguntas que subyacen en esa obra literaria de trasfondo existencialista, a la que siguió la revolución sexual –antecedente y preludio de la ideología de género–, están aún sin contestar convincentemente.

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